miércoles, 5 de mayo de 2010

S I N T I T U L O




Con la soledad entre mis

brazos bailo un tango traicionero.

Mis propias manos me apuñalaron

una tarde de otoño.


Y hoy estoy aquí, perdonandome

por aquellos que no quisieron perdonar,

castigandome por aquellos que me

abandonaron en un mar

de risas burlescas,

aislándome de todo lo que

me queda por destruir.


Clavé un cuchillo en mi rostro,

clavé una espina en mis ojos,

clavé estacas en mis entrañas y aun

así no morí. La infelicidad es inmortal,

el castigo terrenal es eternno,

dulce y traicionero.


Bailo el tango de la soledad

las tardes soleadas con

sabor a estio con el demonio,

ese demonio que es mi propia sombra.

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