Con la soledad entre mis
brazos bailo un tango traicionero.
Mis propias manos me apuñalaron
una tarde de otoño.
Y hoy estoy aquí, perdonandome
por aquellos que no quisieron perdonar,
castigandome por aquellos que me
abandonaron en un mar
de risas burlescas,
aislándome de todo lo que
me queda por destruir.
Clavé un cuchillo en mi rostro,
clavé una espina en mis ojos,
clavé estacas en mis entrañas y aun
así no morí. La infelicidad es inmortal,
el castigo terrenal es eternno,
dulce y traicionero.
Bailo el tango de la soledad
las tardes soleadas con
sabor a estio con el demonio,
ese demonio que es mi propia sombra.
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